martes, 28 de julio de 2009

Grushenka


Por un anónimo autor ruso del siglo XVIII

De pronto, una idea le cruzó la cabeza: ¿no decían todos que Grushenka era igual que ella, no sólo de cuerpo, sino también de cara? Se murmuraba que eran como gemelas, que nadie sabía quién era quién. De ser cierto, Grushenka podría ocupar su lugar en la cama de su esposo.

Esa idea era tan atrevida, tan excitante, que Nelidova tuvo que llevarla inmediatamente a la práctica. Ordenó que compareciera Grushenka, que las vistieran a las dos con ropas idénticas y las peinaran del mismo modo. Entonces mandó llamar a unas cuantas sirvientas del sótano y una de ellas preguntó cuál era la princesa. Las sirvientas estaban inquietas, temían equivocarse; trataron de evitar una respuesta directa y acabaron señalando al azar, acertando tantas veces como se equivocaban. ¡Era perfecto! Bastaba que la princesa enseñara a Grushenka cómo debía portarse con el amo.

Despidió a todas las sirvientas, incluyendo a sus doncellas, y se encerró en su dormitorio con Grushenka. La mandó arrodillarse y jurar solemnemente que jamás la traicionaría. Le confió su plan y ensayó hasta el último detalle las distintas sesiones amorosas. Cuando se desnudó Grushenka, se reveló un obstáculo: Grushenka estaba todavía afeitada; no quedaba más que esperar hasta que el vello le creciera. Por lo tanto, todo estaba decidido. Mientras esperaba, Grushenka pasó muchas tardes aprendiendo cómo debería portarse durante las sesiones amorosas, y Nelidova aprovechó también para fijarse detenidamente en todos los detalles mientras estaba con su marido. Estaba segura de que todo saldría bien. El dormitorio del príncipe sólo estaba alumbrado por un cirio situado en un rincón de la cama y por una vela delante del icono. Tan poca luz no le permitiría detectar diferencias entre Nelidova y Grushenka, aun cuando no hubieran sido tan parecidas.

Hay que señalar algo respecto a aquellos ensayos confidenciales entre las dos jóvenes: empezaron a sentir simpatía recíproca. La princesa no había pensado nunca anteriormente en Grushenka más que como en una sierva. Ahora, la necesitaba; le había ordenado que ocupara su lugar. Pero Grushenka podía decirle la verdad al amo, y la catástrofe habría sido total. Por lo tanto, la princesa se mostró amable con la muchacha, charló con ella y trató de descubrir su carácter. Se sintió cautivada por el encanto y la sencilla confianza de Grushenka. Por otra parte, Grushenka se enteró también de que la princesa era desgraciada, que no tenía confianza en sí misma, que había tenido una juventud muy difícil, que anhelaba afecto y que su conducta brutal no se debía a la maldad, sino a la ignorancia.

Grushenka se convirtió en doncella de su ama; siempre estaba junto a ella, fue confidente de sus asuntos amorosos y compañera de largas horas en días sin fin. No se le aplicaba nunca el látigo, no la reñían y dormía al lado del cuarto de su ama; se convirtió en algo así como una hermana menor.

Una vez que hubo crecido el vello de Grushenka (lo examinaban diariamente), llegó el día en que un sirviente anunció que su alteza esperaba la visita de su esposa. Grushenka se calzó las zapatillas azules, y ambas mujeres cruzaron las habitaciones que las separaban del cuarto del amo. Grushenka entró mientras Nelidova, con el alma en vilo, miraba por una rendija de la puerta. El príncipe acababa de regresar de una partida de cartas; había bebido mucho y se sentía cansado y poco lascivo. Grushenka le cogió la verga con la mano, la manejó con firmeza, montó a caballo y metió el aparato en su conducto. Durante mucho rato el hombre no pudo llegar al climax porque había bebido mucho, pero ella sí lo consiguió dos o tres veces (llevaba mucho tiempo sin contacto sexual); por fin, él gimió, meneó las nalgas y acabó. Ya tenía bastante para el resto de la noche y la mandó a su cuarto con una palmada en las nalgas.

Nelidova se llevó a Grushenka a la cama. Estaba excitada, alegremente excitada, pero Grushenka estaba muy tranquila. Había llevado la tarea a cabo sin vacilar, pues quería ayudar a su ama. Era su deber; en cuanto a lo demás, no era de su incumbencia. Nelidova abrazó y besó a la muchacha y, excitada por el encuentro amoroso que acababa de presenciar, llamó a dos doncellas para que las besaran a ella y a su amiga (lo dijo por primera vez) entre las piernas.

Así fue cómo Grushenka pasó a ser esposa del amo en lo que a la cama se refiere. Las primeras veces Nelidova la acompañó hasta la puerta y se quedó mirando. Después, permaneció en la cama hasta el regreso de Grushenka y, finalmente, dejó de preocuparse por el asunto. Cuando llegaba el sirviente para avisar que el instrumento del amo estaba listo (éste era el mensaje), Nelidova anunciaba que en seguida iría, y Grushenka, que estaba tumbada en la cama del cuarto contiguo, se levantaba, iba a ver al príncipe, llevaba a cabo su tarea, se lavaba y volvía a la cama.

Hasta entonces Nelidova había satisfecho los caprichos de su esposo a pesar de su repugnancia. Ahora encontraba gran satisfacción con los moderados embates de Gustavus, mientras Grushenka tenía que contar con la vara corta pero gruesa del amo.
Grushenka nunca había conocido gente de la alta sociedad, por lo tanto la rudeza del príncipe no la escandalizaba. Por el contrario, su fuerza brutal y su inmensa vitalidad la cautivaban y le hacían olvidar la repulsión que podía haberle causado su barriga. Le gustaba su cetro; no sólo le daba masajes, sino que lo acarició, lo besó y acabó metiéndoselo entero en la boca.

Alexei creyó al principio que quería algún regalo, tal vez una de sus propiedades o un testamento a favor suyo. Pero, al ver que no le pedía nada, sintió el placer de tener una esposa tan llena de pasión, refinada y amorosa. Grushenka estaba mucho más a gusto con él de lo que Nelidova lo estuvo jamás. La princesa solía intentar siempre apartarse con agresividad cuando tomaba posesión de su cuerpo con las manos. Pero ahora la verga del príncipe se ponía tiesa antes de que Grushenka llegara a la cama, y ella se sentaba encima de él antes de que pudiera tocarla con las manos. Además, hacía el amor con tanto apasionamiento, que no le importaba que él le pellizcara los pezones mientras tenía su aparato dentro de ella. Durante el intermedio, él la felicitaba burlonamente por su temperamento recién descubierto, pero apenas la tocaba, esperando que volviera ella a apoderarse de su instrumento.

A veces, ella se tumbaba entre sus piernas, levantándole las nalgas con una almohada, y besaba con intenso ardor sus bolsas de amor. Su fuerte olor y el de su fluido le hacían aletear la nariz. Se estremecía entera, se excitaba mucho y disfrutaba restregándose las piernas. Se resistía a subirse y montarlo; quería llevarlo al clímax con sus labios, bebiéndose su líquido, pero él jamás lo permitió.

A veces, Nelidova observaba la escena por pura curiosidad, celosa de ver que la muchacha disfrutaba tanto. Después la pellizcaba y la regañaba por algo, y entonces volvía a besar la boca de la joven, le lamía los labios y los dientes porque se contagiaba de la excitación sexual que se había apoderado de Grushenka. A veces, decidía que ella misma iría con su esposo, pero a última hora cambiaba de opinión y se iba con su amante. Si no lo tenía cerca, ordenaba que una de sus doncellas satisfaciera su capricho.

1 comentario:

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