miércoles, 10 de junio de 2009

El Arte del Azote


Por Jean Pierre Enard

Tras avanzar por otro pasillo con alfombra de terciopelo, entré en un pequeño dormitorio bien iluminado. Allí me esperaba una muchacha muy joven, sentada en el borde de la cama. Apenas tenía dieciocho años, y solo llevaba puesta una camisa fina de algodón en la que se le marcaban los pezones. Me hizo un gesto y yo me senté junto a ella.

-Aquí soy Sophie –me dijo-. No tienes que decirme tu nombre.

Tenía la voz aguda. Se inclinó hacia mí y me ofreció sus labios, que tenían un gusto ácido, como bayas inglesas.

-¿Te gusto?

En realidad no me gusta mucho, pero no podía decírselo. Murmuré una respuesta vaga y la acerqué hacia mí. En realidad era bastante delgada. La cogí por las nalgas. Eran dos cáscaras de nuez, duras y llenas. Me cabían por completo dentro de la mano. Echaba de menos a la doncella, con su voluptuoso culo. En ese momento, ella entró en la habitación.

-Veo que ya se conocen –dijo.

Alargué la mano hacia su tentador trasero. Ella se apartó rápidamente, sonriendo.

-Ah, no, monsieur. Primero tenemos que encargarnos de Sophie.

Cogió a la joven de la mano y la puso de pie. Entonces le quitó la camisa. La adolescente estaba de pie, desnuda, delante nuestro. Tenía el torso delgado y el pelo del pubis rubio y muy corto, pues le estaba comenzando a crecer. La doncella le dio la vuelta para enseñarme sus nalgas. Eran más redondas y rellenas de lo que me había imaginado. En realidad, eran muy prometedoras... La doncella se sentó en la cama junto a mí y me dijo:

-Mire.

La doncella acercó a Sophie hacia ella y la hizo estirarse sobre sus rodillas. Cogió mi mano y la movió por encima del culo de la chica.

-Tóquelo. Es suave, flexible, firme. Todavía no ha sido usado. Es un regalo digno de un rey, monsieur, pero a partir de ahora no podrá tocarlo.

Comenzó a pellizcar a Sophie en el culo, dejándole algunas marcas rosas y blancas. La adolescente se retorcía sobre las rodillas de la doncella como si fuera un pez recién sacado de la red. Mi sexo se endureció ante la imagen de su culo indefenso, sujeto a cualquier capricho que a la doncella se le ocurriera. Ésta continuó dándole unos golpecitos suaves, desde un ángulo que apenas parecía que tocaran la piel, pero que acabaron haciendo aparecer unas marcas en forma de franja. Mi polla abultaba dentro de mis pantalones. Sophie se dio cuenta, alargó la mano y me bajó la cremallera. Mi órgano salió disparado hacia fuera. La joven lo acarició con una serie de besos delicados, mientras sufría el torrente de fuertes bofetones que le estaba propinando la doncella, y que acabaron por hacer aflorar lágrimas en sus ojos. La doncella volvió a cogerme la mano.

-Tóquelo y verá cómo arde, monsieur.

Era demasiado. El espectáculo del azote más había excitado más de lo que podía imaginarme. Aparté a Sophie a un lado y tumbé a la doncella sobre la cama. Le levanté la falda. Llevaba unas finas bragas de algodón que le cubrían el culo por completo. Se las arranqué con tanta violencia que se rompieron. Ella dejó escapar una sonrisa desdeñosa y susurró:

-A su servicio, señor.

Se puso de rodillas sobre la cama, con la cabeza bajada, como lo haría un fiel que se arrodillara para rezar en dirección a la Meca. Sus nalgas llenaban toda mi visión, dos enormes bolas que revelaban la flor violeta de su ano.

Rápidamente, extendí mi mano sobre ellas, cubriendo tanta superficie como me era posible. A cada golpe, la doncella animaba con una sonrisa, mezcla de placer y gemido. La golpeé sin misericordia, seguro de que podría soportar muchas más cosas. Además, estaba tan excitado que no podría haberle hecho daño. Sólo los sádicos con sangre fría hacen daño a sus víctimas. Esas prácticas no tienen nada que ver con el arte gentil y divertido del azote...

Continué azotando el relleno y tembloroso culo de la doncella. La vi meter la mano entre sus muslos y comenzar a acariciarse, rogándome. “Sí, monsieur, más fuerte, ¡más fuerte!” Mientras, Sophie no estaba ociosa. Se deslizó debajo de su compañera para colocar su raja justo en la cara de la doncella. Ésta comenzó rápidamente a lamerla, jugueteando con la lengua por la ácida rendija mientras la chica me buscaba con la boca. Yo cooperé sin dudarlo y, sin parar un momento de azotar aquellas medias lunas, metí mi pene en la boca de la adolescente.

Estaba fascinado por aquellas nalgas que se tensaban, se entregaban, se recogían y se adaptaban al ritmo de mis azotes. La doncella se puso a trabajar con su sexo, mientras sus gemidos se hacían más rápidos y vehementes. Yo adapté mi ritmo del azote al de sus jadeos. De repente, se puso rígida y chilló, “¡NO!”.

En mi ingenuidad de principiante, pensé por un momento que le había hecho daño. Pero rápidamente lo comprendí, mientras la veía retorcerse y gemir extasiada. En ese mismo instante, se introdujo toda la vulva de Sophie en la boca, labios y clítoris juntos, succionando, lamiendo. La chica se estremeció y se abandonó al climax, llenando toda la habitación de un aroma de ámbar y limón. En cuanto a mí, habría sido de mala educación prolongar mi placer por más tiempo. Eyaculé en la garganta de Sophie un chorro de licor que a punto estuvo de asfixiarla.
Entonces saboreé todo mi triunfo, colocando cada una de mis manos sobre un culo diferente, pero delicioso. Mi visita a al rue Cavour me había enseñado una cosa: ¡en el arte del azote había que olvidar cualquier idea preconcebida!

4 comentarios:

  1. Fascinante Sergio. Me ha encantado.
    Carl.

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  2. Bueno, para evitar malentendidos, quisiera recalcar de nuevo que se trata un fragmento de la obra de Jean Pierre Enard. En general, cuando los textos no son míos lo indico expresamente y así van incluidos dentro de la sección "Clásicos"

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  3. Me gusta la selección de los textos y las fotos.
    ¿Ésta concretamente, sabes de quién es? La vi el otro dia en facebook, en el perfil de alguien y me llama mucho la atención.
    Saludos

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  4. Muchas gracias por los comentarios, Susana. Siempre es de agradecer ese tipo de comentarios viniendo de alguien que sabe escribir. Los relatos son míos, salvo que se cite expresamente su autor. La foto es de Helmut Newton, uno de mis fotógrafos favoritos:
    http://es.wikipedia.org/wiki/Helmut_Newton

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